El arroyano Francisco Javier García firma un capítulo del libro 'Extremadura durante la Guerra Civil (1936-1939
El doctor en historia y Cronista Oficial de Arroyo de la Luz, entre otros muchos autores, aporta a este volumen el capítulo 'Paseado, encarcelado y fusilado. El caso de Luis Santano Javato'
En las últimas semanas ha visto la luz el libro titulado 'Extremadura durante la Guerra Civil (1936-1939)', un trabajo editado por la Diputación de Cáceres y que ha sido el resultado del XIV Encuentro Historiográfico del Grupo de Estudios sobre la Historia Contemporánea de Extremadura. Se trata de un volumen en el que participan una treintena de historiadores regionales y nacionales que muestran la vitalidad de la investigación histórica sobre la Guerra Civil, el periodo más traumático de nuestra historia reciente.
Junto a nombres como Enrique Moradiellos, Juan García Pérez o Dolores Ruiz Berdún, el doctor en Historia y Cronista Oficial de Arroyo de la Luz, Francisco Javier García Carrero, ha firmado uno de los capítulos de este interesante trabajo. Su aportación en este volumen de casi setecientas densas páginas lleva por título 'Paseado, encarcelado y fusilado. El caso de Luis Santano Javato'.
El trabajo recoge con todo lujo de detalles lo que fue la triste historia final de uno de nuestros paisanos que actualmente es escasamente recordado en la localidad, Luis Santano Javato, y que fue concejal de la última corporación municipal del Ayuntamiento arroyano antes del estallido de la Guerra Civil, y militante activo del Partido Socialista Obrero Español.

Luis Santano Javato fue un jornalero con gran instrucción, la lectura fue uno de sus pasatiempos esenciales, y responsable en el consistorio de la concejalía de Beneficencia y Sanidad desde febrero de 1936. En ese instante contaba 31 años de edad, tenía dos hijos, Luis y Alicia y ya por entonces estaba viudo ya que su mujer había fallecido en 1935. Durante los meses previos a la guerra Luis y el comandante del Puesto de la Benemérita, León Antúnez del Corral, mantuvieron varias disputas dialécticas que con el paso de los meses trajeron al protagonista de esta historia funestas consecuencias.
Triunfante el golpe de Estado en la población, el concejal, a diferencia de lo que hicieron muchos de sus correligionarios, se negó a huir del pueblo ya que temía por la situación en la que quedarían sus dos hijos si él se marchaba de la localidad. Argumentaba que nunca había realizado nada especialmente punible ni delictivo durante los meses en los que estuvo en el Ayuntamiento. Este sería su primer gran error, ya que poco después muchos de los que habían decidido permanecer en la población comenzaron a ser detenidos e ingresaron en la cárcel de la localidad. Otros, como fue su caso, incluso correría peor suerte, ya que los falangistas de la localidad habían decidido ejecutarlo sin mayores preámbulos, sería, por tanto «paseado» o «mareado», que era el nombre que tenían estos asesinatos indiscriminados tan habituales de estos primeros meses de conflicto. En Arroyo, por ejemplo, el historiador arroyano tiene contabilizado hasta diez personas que sufrieron este cruel procedimiento.
Efectivamente, Luis fue sacado con nocturnidad de su domicilio y siendo objeto de esta práctica que, a diferencia de esos diez paisanos, le dejó únicamente malherido y todo ello gracias a que un falangista del piquete decidió no darle el tiro de gracia. Este falangista había sido jornalero con él y sabía que estaba viudo y con dos hijos pequeños. A partir de esa noche comenzó una terrible odisea que duró dos años y que acabó con un fusilamiento, esta vez sí perfectamente ejecutado, en Cáceres en el verano de 1938.
Malherido, volvió hasta la población y decidió esconderse no en su domicilio habitual, San Marcos nº 8, sino en una casa de un familiar situada al final de la calle San Francisco, ya próxima a la salida del pueblo. Aquel escondite era peligroso, el grueso de los falangistas ya volvían a buscarlo, sabían que no había muerto. Fue entonces cuando decide marcharse definitivamente del pueblo en dirección a Badajoz, zona republicana. Era la noche del 24 de julio de 1936. Después de cuatro o cinco días y con mucho sigilo logró atravesar la sierra de San Pedro y llegar hasta la capital provincial.
En Badajoz permaneció hasta el 14 de agosto en que la ciudad cayó en manos del ejército sublevado. A partir de ese momento, y como tantos otros que lograron escapar de aquella 'ratonera', estuvo deambulando, escondiéndose de las muchas patrullas falangistas que acosaban a todos aquellos que habían logrado escapar. De esta forma, en las proximidades de Torreorgaz, el 21 de agosto, un pelotón de estas fuerzas paramilitares logró detenerlo en unas condiciones lamentables. Fue llevado hasta la prisión provincial de Cáceres, un establecimiento en el que permaneció dos largos años y del que ya nunca saldría salvo para ser fusilado.
Estando en prisión, sufrió un consejo de guerra que, paradójicamente, como a tantos otros, lo acusó de 'adhesión a la rebelión militar'. En paralelo también se le juzgó por responsabilidades políticas, una pieza separada del juicio para incautación de bienes, una pena que tuvo que ser sufragada por ascendientes y descendientes. Durante estos dos largos años, Luis siempre apeló a su inocencia de las acusaciones graves que se vertían contra él y que no eran más que «de pésimos antecedentes, destacado marxista, que se reunió en el ayuntamiento con otros marxistas, etc.» y algunas otras acusaciones puramente genéricas ya que debemos recordar que en Arroyo nadie partidario de la sublevación corrió desgracia física alguna.
El expediente que sirvió para juzgarlo tuvo en cuenta fundamentalmente la declaración de Antúnez del Corral que definió que sus ideales eran «del más refinado extremismo y capaz de actos de barbarie». Nunca probó delito alguno, aunque eso fue poco importante ya que, a pesar de intentos por no ser juzgado, varios paisanos también hablaron bien de él, el juicio se fijó para el 30 de marzo de 1938. Aunque fue un juicio ordinario, dada la rapidez con la que se sustanció pareció «sumarísimo». Aquel mismo día después de una brevísima deliberación la sentencia quedó fijada, «debemos condenar y condenamos a Luis Santano Javato como autor de un delito de adhesión a la rebelión y con las agravantes de peligrosidad a la pena de muerte».
Fueron días de espera terribles, su madre y su hijo mayor Félix, de solo 7 años, lo recordaría toda su vida en un estado lamentable y a través de una alambrada, un recuerdo que le acompañó durante toda su existencia. El 25 de julio llegó el fatídico «enterado»; es decir el jefe del Estado daba el último visto bueno para la ejecución. Un fusilamiento que se produjo solo tres días después, el 28 de julio de 1938. Siendo, por consiguiente, el arroyano que más tiempo permaneció en prisión antes de ser puesto delante de un piquete de ejecución.
Ese mismo día, el cadáver del concejal socialista arroyano Luis Santano Javato fue inhumado en el cementerio de Cáceres, «cuartel 1º, fila 4ª de la fosa tercera». Actualmente, una gran placa que fue inaugurada por la corporación cacereña que entonces presidía la popular Elena Nevado, recuerda perennemente su nombre como uno de aquellos que fue tan injustamente fusilado. «Vuestros nombres han horadado inversamente la oscuridad, el olvido y la tierra. Hasta la luz…. Y en la luz los acogemos con el reconocimiento y el respeto debidos… Descansad en paz».
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