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Dos bodas y un Carnaval
El tiempo de la memoria

Dos bodas y un Carnaval

Máximo Salomón Román

Arroyo de la Luz

Martes, 14 de febrero 2023, 12:53

Sin lugar a dudas, Arroyo fue un pueblo con gracia y salero para reírse, incluso, de sí mismo. Famosas estudiantinas recorrían el dédalo de rúas arroyanas cantando coplas, con cierto sabor picante, cuando llegaban los Carnavales. Famosas fueron las de los corcheros. Por suerte, recogí algunas de ellas de la propia voz de los protagonistas, entonadas medio siglo más tarde. ¡Memoria, la de mis paisanos!

Con la llegada de la Dictadura, el Carnaval se redujo a bailes durante el lunes y martes de Carnaval, con prohibición de portar máscaras. Los más pudientes iban al Casino. Los demás, al Bonito y al Moyano.

Amén de todo ello, rezongaban los panderos en nuestras calles con la tonada ancestral arroyana y con el lucimiento de los bellos refajos locales. ¡Mujeres de la calle Albuera!

De otro lado, existía la costumbre de gastar bromas e inocentadas a quien se prestara a las mismas, hecho que tenía lugar prendiendo un rabo en la espalda del ingenuo de turno. Una especialista en este cometido era la señora Felicitas Martínez , quien con una discreción infinita colgaba la cinta a la vez que entonaba: «Ese/esa que va ahí que se lo quite y se lo ponga en las narices…» Generalmente, los afectados solían encajar la situación con humor.

La permisividad sobre el Carnaval se fue haciendo patente. Tan es así que, bien avanzados los años sesenta, se monta en Valdetrás, una típica boda más propia de los años cuarenta (no folklórica), en la que la citada Felicitas es el novio, Esperanza, con su vestido blanco (alguien se lo presto y lució por primera vez) es la novia. Actúan como padrinos la señora Anselma Fondón y María, cariñosamente, « Cagueta». Con una capa, a modo de cura, actúa la señora María Martínez «la Pantanera» ( abuela de los Pulido). La comitiva recorre un considerable número de calles, siempre con el recelo de ser denunciada. La sorpresa es que hasta el cura (don Ciriaco), que se encuentra la boda cara a cara, no puede reprimir las carcajadas ante tan singular y sorpresivo acontecimiento. Fotos hay de citado evento.

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Imagen principal - Dos bodas y un Carnaval

No sería hasta bien entrada la Democracia, cuando el antruejo arroyano gozaría de una década de esplendor y apogeo. Es un 18 de febrero de 1986 (Domingo Gordo) cuando tengo el honor de pregonar el Carnaval en el Salón de Actos del Ayuntamiento. Esa tarde tiene lugar un desfile (creo que el primero en muchos tiempo) desde el Santo a la Plaza. La participación de grupos es escasa; pero en ella los primeros componentes del Harriero ponen una nota de simpatía al desfilar todos vestidos de dormilones. No faltó ni la cama.

Ese año se celebraría el baile de Carnaval en un local de la calle Ricos (hoy supermercado Serrano).

Pasarían dos décadas hasta ver una nueva boda de carnaval. Esta vez, contando con el apoyo de mis compañeras maestras de las Escuelas Nuevas y la colaboración de las madres de alumnos, se organizó una boda con capas, refajos, y música. Un recorrido, a la antigua usanza, por diferentes calles del pueblo, aledañas al Centro Escolar de Regajal, ceremonia en el patio y degustación de dulces y bebidas, todo elaborado artesanalmente por las propias madres hizo las delicias de mayores y pequeños. En «la maravaquilla y el antruejo arroyano» se recoge, con más detalle, el resurgimiento de nuestro Carnaval. Dos bodas separadas por dos décadas. Pero ambas en un carnaval, en el Carnaval arroyano.

Felices carnestolendas.

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