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Cine de verano de Arroyo de la Luz. Máximo Salomón
El Cine de Verano

El Cine de Verano

Los Tiempos de la Memoria ·

Estrenamos una nueva sección histórica de la mano de Máximo Salomón con una primera entrega sobre el recordado cine de verano de Arroyo de la Luz

Máximo Salomón Román

Arroyo de la Luz

Martes, 5 de julio 2022

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Imagen principal - El Cine de Verano

«El cine es una cinta de sueños». Orson Welles

En cierta ocasión, estudiando Magisterio, me preguntaron que cual era mi pueblo. Respondí: el pueblo del cine. Con cara de sorpresa me abordaron de nuevo: ¿qué pueblo es ese? Respondí: Arroyo. Y comencé a relatar la historia del pueblo más cinéfilo de la zona. Porque si existe algo que nos identificó siempre, además de nuestra alfarería, nuestra Virgen y nuestro Retablo de Morales, fue el hecho de ser un pueblo de cine.

En esa época aún trabajaba de camarero en el ambigú del Cine Solano. Mas como ya se ha escrito bastante sobre el cine arroyano, por parte de nuestro entrañable cronista, Javier, y por parte de un familiar, el último entusiasta de la empresa familiar del séptimo arte, y por mí mismo, voy a centrarme exclusivamente en el 'Cine de Verano' aunque, obviamente, haré referencias a algunos pasajes de mi artículo '¿No vas al cine?'.

Tras la puesta en marcha de la primera sala de invierno en el año 1912, en lo que hoy es el 'Corral de Comedias', la familia Solano lograría el sueño de inaugurar en 1961 una sala más grande, acorde a la demanda de un pueblo de casi diez mil almas. Unas 850 butacas en la platea baja y unas 500 en el anfiteatro general daban un plus cultural a nuestro pueblo al que solamente harían sombra unos años más tarde algunos cines de la capital (Coliseum, Astoria). El film, 'El gran Pescador' inauguraba la sala. Pero la familia Solano había apostado fuerte y se nos ofrecía visionar películas bajo el cielo estrellado. Así, en medio del viejo teatro y la nueva sala, el 'Cine de Verano' era una oferta de cuatro días semanales, con sesión doble los domingos y días feriados de septiembre. Dos meses y medio con unos cincuenta pases de películas. Martes, jueves, sábado y domingo eran las jornadas de cine. Si los tres festivos que, por caprichos del calendario, caían en el mismo día de la semana (18 de julio, Santiago y la Asunción) no coincidían con los días señalados eran tres noches más, con sesión continua, que se sumaban al citado medio centenar.

Contaba la platea de butaca con sillas de madera que más tarde fueron sustituidas por los azulados bancos de chapas. En la zona del anfiteatro, en las escaleras de cemento nos concentrábamos los más pequeños. No se hacía entonces el cambio de horario de invierno a verano (normativa de 1974). Anochecía sobre las nueve y media. A esa hora , aproximadamente comenzaba la película. Durante la misma, era usual ver alguna que otra estrella fugaz en nuestro cielo y nos sorprendíamos en los días feriados con los cohetes de la feria. Todas las noches (durante los días 12, 13 y 14 de septiembre, había fuegos artificiales, al más puro estilo de la pelis de México). En alguna ocasión comenzaba a lloviznar y éramos desplazados al cine de invierno.

Curioso era que la entrada al anfiteatro se hacía atravesando el actual Corral de Comedias, sobre todo porque, en ocasiones, te encontrabas las mesas preparadas para alguna boda, toda vez que este viejo local se alquilaba para esos eventos. Por el módico precio de cinco pesetas accedíamos a la escalinata. En el bar, denominado Ambigú, estaba el señor Adrián que, con paciencia, aguantaba nuestros ostinatos sobre el mostrador golpeando una peseta para que nos sirviera un vaso de gaseosa.

Por el vestíbulo actual pasábamos a la platea baja, con precio de la entrada un poco más caro. En el ambigú estaba el señor Félix Paniagua (padre del arroyanísimo Flores Piojo, q.e.p.d.), con el que tuve el honor de trabajar durante seis años. Otro, tocayo, Juan cid y yo conformábamos el equipo que sustituyó a Cándido Parra y a Manuel Parrón. A su vez, dimos el relevo a Víctor Sierra y a Fernando Lucas. No quiero obviar el trabajo del Señor Prudencio Carrero con ayuda de su hijo Pruden y de Francisco Javier García (nuestro cronista). Más tarde, Ángel Labrador.

Una característica de la empresa Solano para promocionar el cine fue la implantación de la 'función fémina', que no era otra cosa que una entrada única por pareja; un matrimonio, o dos hermanos de diferente sexo.

En cuanto a las películas que más marcaron mi infancia quiero señalar 'Canciones para después de una guerra', 'La duquesa de Benamejí' y 'Rosas blancas para mi hermana negra'. El cine español con Alfredo Landa, López Vázquez o Manolo Escobar versus Conchita Velasco son otra seña de identidad y de comentario. Con catorce años referíamos , mientras trabajábamos en los Lavaderos de Petit , secuencias de alguna película y nos emplazábamos a vernos en el cine, tras regresar de la jornada de trabajo.

En los años noventa, a pesar del cierre del cine, como en tantos y tantos lugares de nuestra geografía, aún funcionaría el Cine de Verano, apuesta personal de José Luis, el último soñador de esta familia que dio un soplo de cultura y entretenimiento a la sociedad arroyana, apostando por películas muy del momento (caso Titanic).

Felizmente para todos, la apuesta municipal y autonómica de recuperar y reformar estas magnificas instalaciones han venido a dar más oportunidades a la cultura del cine. No obstante, amén de los certámenes del Cine de Terror que cada año tienen lugar en el viejo castillo, no estaría demás abrir las puertas de este auditorio al amparo de las estrellas y ofrecer más cine.

Con el recuerdo a taquilleros, acomodadores, proyeccionistas, camareros, limpiadoras y familia Solano, hago mío aquello tan AUTÉNTICO: «Cine, cine, cine,...más cine, por favor».

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