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Dispositivo de la Guardia Civil en las inmediaciones de Arroyo de la Luz, a donde se dirige un coche fúnebre. Lorenzo Cordero
Análisis

Un largo duelo

Si no se da una respuesta adecuada a la grave resaca económica que se avecina, no habrá resurrección posible para la clase política

PABLO CALVO

Arroyo de la Luz

Domingo, 12 de abril 2020, 15:46

El Domingo de Resurrección es jornada de alegría para la fe cristiana, y lo que da sentido a todo cuanto nos enseñan desde niños: podemos soportar los reveses de la vida y el dolor de quienes se marchan, de forma prematura a veces, precisamente porque la muerte no es el final. Si no fuera así, todo sería un gran chasco. Cada uno es muy libre de escoger su propia tabla de salvación. Creer que existe la vida eterna ha hecho mucho más llevadera la vida terrenal de millones de personas, así que por qué habría que ponérsele pegas. Nos empeñamos en creer en cosas más improbables cada día, que el Atleti gane la Champions o que los ciudadanos paguen por leer periódicos en Internet. Nunca hay que perder la fe.

La primera víctima extremeña del Covid-19 impartió catequesis durante muchos años. En su pueblo, Arroyo de la Luz, Claudia, de 59 años, era muy apreciada por dedicarse a esa tarea de enseñar a confiar en la bondad de los demás y ser bondadoso uno mismo. Se lo había inculcado a varias generaciones de jóvenes arroyanos a los que sorprendió y dolió su pérdida, pero ser buena persona no te salva de los males del cuerpo, menos aún de este virus que contagia mucho pero que une poco en cuanto se sale de los balcones.

Ha repetido Guillermo Fernández Vara que está crisis sanitaria se puede llevar por delante a una generación de políticos. Lo ha dicho pensando en quienes maniobran para sacar rédito electoral de la sucesión de muertes, pero el epitafio puede ser amplio y es lógico que alcance sobre todo a quienes los ciudadanos identifiquen, cuando se calme este tsunami de ataúdes, como responsables de no haber sabido embridar los efectos de la pandemia. Si, además, no se es capaz de dar una respuesta adecuada a la larga resaca económica y social que se avecina, no habrá resurrección posible.

Efectivamente, también puede haber una gran crisis política, de momento cosida por la frágil esperanza de unos Pactos de la Moncloa que se pretenden revivir. La gravedad del momento hace imprescindible que se intente un acuerdo de profundo calado, pero queda por ver si existe, por parte de todos, la generosidad y el espíritu que alumbraron aquellos acuerdos.

Esto sirve igual para la Unión Europea, empeñada en fracasar cuando se trata de dar respuestas conjuntas a momentos de crisis, como ya pasó con el drama de los refugiados. Peor aún, el coronavirus puede acabar enterrando el sentimiento europeo, que es algo mucho más profundo que la unión de los capitales y los bancos. La predicción de Vara la ha ampliado por elevación el primer ministro italiano, para quien el futuro de la Unión Europea está en juego a causa del Covid-19. Puede que no sea inmediato, pero se corre el riesgo de que sea el golpe definitivo que haga crecer la desafección y los populismos nacionalistas. Y ese ambiente guerracivilista en el seno de la Unión Europea es una mala noticia para Extremadura, tan necesita todavía de sus políticas y fondos.

Se ha dicho con evidente exageración que el Covid-19 es la Guerra Civil de esta generación. La hipérbole se da por buena porque resume el brusco cambio que, de un día para otro, se ha producido en los modos de vida cotidianos de la población, y porque si algo hemos aprendido hasta ahora es que podemos pasar sin muchas de las cosas que nos parecían imprescindibles, pero que no podemos vivir sin el calor de los demás. Por eso nos encoge el corazón pensar en los ancianos aislados en residencias o ver los funerales solitarios que se están sucediendo. Nos empeñamos en observar con nuestros ojos las filas de ataúdes o ansiamos conocer el número real de muertes para fijar en nuestras cabezas la magnitud exacta de la tragedia. Es una forma de racionalizarla y de empezar, por tanto, a superarla. También de pedir explicaciones, que deberán llegar.

Vetusta Morla canta que «fue tan largo el duelo que al final, casi lo confundo con mi hogar», pero hay que tener conciencia de que también todo esto pasará, se recuperarán las calles y volverán a proliferar los afectos. Siempre hay una manera de resucitar.

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