FRANCISCO JAVIER GARCÍA CARRERO
Jueves, 12 de noviembre 2015, 15:30
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Con excepción de Israel, no existe otro país en el mundo en el que el judaísmo haya jugado un papel tan importante para comprender su evolución histórica. Efectivamente, durante 15 largos siglos, los que abarcan toda la Historia Antigua y la Edad Media, los judíos vivieron y trabajaron por y para los reinos de la Península Ibérica, estados donde dejaron una profunda huella en lo que posteriormente se conocerá como España.
Con el decreto de expulsión de 1492 y el bautismo forzoso de 1497, los judíos desaparecieron oficialmente de los reinos hispanos; pero su presencia física fue una realidad reconocida bajo otros nombres. Es evidente que ya no formaron parte de una comunidad diferenciada, ni exhibieron signos externos de esa diferencia. Incluso el espacio donde habían habitado, la judería, fue absorbida por el resto de la ciudad cristina. No obstante, los estatutos de limpieza de sangre y, sobre todo, la Inquisición siguieron proclamando a los conversos como adheridos a la Ley de Moisés en no pocas ocasiones.
En Extremadura hubo numerosas localidades con presencia judía desde muy antiguo. Por diversos escritos de varios obispos sabemos que ya en el siglo V la población judía estaba plenamente integrada en la vida hispanorromana del Bajo Imperio. Durante la dominación visigoda gozaron de cierta tolerancia hasta la conversión de Recaredo (587) en que comenzaron a ser perseguidos. La invasión musulmana del siglo VIII abrió nuevas posibilidades a los judíos de la península.
Con la llamada reconquista, cristianos y judíos aunaron esfuerzos en no pocas ocasiones para liberarse del yugo musulmán y salvo determinados momentos, reinó una armonía relativa entre estas dos comunidades hasta los años finales del siglo XIII, entendimiento favorecido por los reyes de León, Castilla y demás estados cristianos de la península. Esta política permisiva facilitó que en lo que hoy día es la provincia de Cáceres se constituyeran comunidades judías en localidades como Hervás, Plasencia, Trujillo, Belvís, Coria, Cáceres y Arroyo del Puerco.
A lo largo del siglo XIV la convivencia entre judíos y cristianos se fue deteriorando en muchos puntos de la península lo que provocó un movimiento migratorio judío en el último tercio del siglo XV. Incluso en tiempos de Enrique IV (1454-1474), la nobleza castellana incentivó la repoblación judía en sus villas de señorío, como era la nuestra, mediante la concesión extraordinaria de privilegios fiscales, exención temporal o reducción de impuestos a los que quisieran habitarla. Arroyo, junto con Medellín y las dos Orellanas fueron algunas de las villas más beneficiadas por estos desplazamientos. Arroyo, por consiguiente, comenzó a tener una presencia judía importante.
No es fácil conocer el número exacto de judíos que existían en cada villa. No obstante, la comunidad judía estaba sujeta a ciertos impuestos especiales que debían pagar a la Hacienda del Reino de Castilla. De esta forma sabemos, por ejemplo, que en 1464 fue Belvís la localidad con mayor población judaica de toda la provincia cacereña por la cantidad de impuestos que tuvo que sufragar. Le siguieron la de Arroyo del Puerco y la de Aldeanueva del Camino.
En marzo de 1492 los Reyes Católicos firmaron el edicto de expulsión de los judíos. La opción fue convertirse y bautizarse, o salir en el plazo de tres meses de los reinos de Castilla y Aragón. A los que optasen por la expulsión, se les autorizó la venta de sus bienes y que llevaran todo lo suyo, salvo oro y plata. Sabemos que la mayor parte de los judíos arroyanos optaron por marcharse a Portugal por Valencia de Alcántara. No obstante, hicieron caso omiso de la orden real porque en mayo de 1492 Isabel y Fernando enviaron una carta a un funcionario para que investigase a los judíos de Trujillo, Cáceres y Arroyo del Puerco, porque tenían noticias que habían sacado fuera de nuestros reinos, para el reino de Portugal y para otras partes, oro e plata e moneda, y que algunos caballeros de las dichas villas le han dado para ello ayuda e consejo e les han favorecido.
Los arroyanos que pasaron a Portugal obtuvieron permiso de residencia por seis meses a cambio de pagar fuertes impuestos. En su éxodo sufrieron injusticias, asaltos e incluso la muerte. Ello provocó que unos años más tarde muchos se conviertan al cristianismo volviendo a su antiguo lugar de procedencia. A partir de ese instante apareció la figura del converso, valorándose hasta el extremo el tema de la limpieza de sangre, y viviendo siempre con el drama de la ocultación de sus orígenes y permanentemente vigilados por la Inquisición que estará muy presente a lo largo de los siglos modernos (XVI-XVIII).
En los primeros años del XVII, coincidiendo con los años de unión de la monarquía hispano-portuguesa, y debido a la intransigencia que mostró la Inquisición lusitana hacia los conversos de aquel territorio, se volvió a producir un nuevo éxodo de este colectivo desde Portugal hasta las localidades castellanas próximas a la Raya. De esta forma, desde Beira y el Alto Alentejo llegaron hasta Arroyo del Puerco, entre otras poblaciones, una comunidad de conversos portugueses de cierta importancia y estrictamente relacionados entre ellos. La presencia de los que llegaron, más los conversos que ya residían en la villa, provocó durante este siglo que la Inquisición comenzara a actuar con gran contundencia y enorme diligencia contra algunos de ellos.
Un caso lo tenemos en María López, una vecina de Arroyo del Puerco casada con Francisco Mezquita de 26 años, tendera de especierías, que sufrió Auto de Fe por hereje judaizante en 1662. Confesó haber guardado la Ley de Moisés durante seis años. Que en su persona se había puesto ropa limpia, y que no había comido tocino ni demás cosas prohibidas, y que había hecho seis ayunos según lo hacían los judíos. Fue condenada a ser reconciliada en forma (admitida de nuevo en el seno de la Iglesia cristiana); se le confiscaron todos sus bienes, y se le colocó un sambenito (gorro de papel o cartón pintado en forma cónica). También sufrió cárcel por un año y una vez cumplida la sentencia, fuese desterrada por cuatro años de la ciudad de Llerena, villas de Cáceres, Arroyo del Puerco y Madrid seis leguas en contorno.
Otro caso lo tenemos unos años más tarde con Inés Caldera, otra vecina arroyana de oficio hilandera y de 34 años de edad. Fue detenida y trasladada hasta Madrid para sufrir allí, en presencia de los Reyes de España (Carlos II y María Luisa de Orleans), Auto de Fe en forma de penitente en el año 1680. También salió con sambenito y tres veces abjuró de levi (la abjuración era el reconocimiento por parte del acusado de errores heréticos. El de levi era el más básico, lo hacían aquellos para los que sólo había una ligera sospecha de herejía, normalmente los bígamos o blasfemos). A pesar de ello, por el Auto fue advertida, reprehendida y conminada y le dieron doscientos azotes por las calles públicas. Fue, como la anterior, además de humillada, desterrada de Madrid, Llerena y villas de Arroyo del Puerco, Membrío y San Vicente de Alcántara y ocho leguas en contorno por cuatro años.
A pesar de todo, y como resumen, podemos afirmar que la presencia judía en Arroyo fue constante y espaciosa en el tiempo, fruto de ello han sido los apellidos que nos dejaron y que todavía son fáciles de reconocer en nuestra localidad. Apellidos de origen judío serían Berenguer, Caballero, Cabeza, Chaves, Delgado, Díez, Espino, Ferrera, Gallego, García, Gil, Herrero, Navarro, Oliveros, Ortega, Pacheco, Palma, Ramos, Ramírez, Salgado, Sánchez, Talavera, Vaquero y un largo etcétera que hace de esta lista una relación tan extensa como un padrón, apellido también judío, por cierto.
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