

FRANCISCO JAVIER GARCÍA CARRERO
Domingo, 14 de febrero 2016, 10:36
Madrugada fría del día 4 de enero de 1938. Polonia Mateos Pérez, comadrona de Arroyo de la Luz, de 50 años de edad y madre de seis hijos, fue sacada de la prisión provincial de Cáceres para en compañía de otros ocho prisioneros republicanos, uno de ellos natural de Arroyo, ser fusilada ante un piquete de ejecución. Pocos minutos después de salir de su celda se había consumado la tragedia con la única arroyana que tuvo que soportar semejante trance. Aunque, a esas alturas de la Guerra Civil y lo que quedaba de la misma, otros 23 arroyanos sufrirían este cruel destino final.
Polonia María Francisca Mateos Pérez había nacido en la Dehesa Hoja de Santa María en Brozas el 17 de febrero de 1886, hija de José María Mateos Hernández, natural de Frades de la Sierra (Salamanca) y de Ezequiela Pérez Sánchez, nacida en Las Veguillas también localidad salmantina. Viviendo en Arroyo desde la primera década del siglo XX, y ejerciendo su profesión de comadrona, conoció a Ramón Díaz Agudo, pintor de profesión, originario de Córdoba, y curiosamente poco conocido en el pueblo a pesar de ser el fundador y primer presidente del histórico PSOE arroyano. Ramón y Polonia contrajeron nupcias el 13 de julio de 1912. El matrimonio residió en la calle Castima 2ª número 13 y tuvieron 6 hijos, entre ellos Julio, Alberto y Rosario, esta última otra de las protagonistas esenciales en los postreros días de la vida de su madre.
Ramón desde los primeros momentos de la República estuvo adscrito a la Casa del Pueblo siendo lector habitual del periódico El Socialista, publicación que por entonces tenía el valor de 10 céntimos. Polonia trató de estar ajena a la actividad política de su marido. Se limitaba a cuidar de su familia y a ejercer de comadrona, oficio en el que se vio perjudicada por la significación política de Ramón. Como transmitió su hija Rosario al historiador Chaves Palacios hace ya algunos años, le complicó la vida y le quitó clientela, sobre todo de las familias de derechas. Pese a no querer inmiscuirse en actividades públicas, a instancias de su esposo se vio forzada a aceptar el cargo de secretaria de la Agrupación Socialista de Mujeres de Arroyo, otro colectivo desconocido para muchos y que estuvo presidido por otra arroyana, Lucía Parra Cerrudo.
Iniciada la sublevación de julio de 1936 contra el Gobierno legítimo, Polonia no quiso participar en la manifestación que se organizó en el pueblo el día 19 de ese mes y que tuvo por lema Defender la República, acto muy concurrido que recorrió varias calles de la villa y que acabó sin ningún tipo de incidentes pero al que Polonia no acudió porque como le dijo a Lucía no quería tener problemas.
El que sí estuvo en la manifestación, y poco después reunido en el Ayuntamiento junto a gran parte de la corporación frentepopulista de la localidad, fue su marido Ramón. Este hecho provocó que un día después, y ya controlada la localidad por los rebeldes, Ramón se ocultara en los alrededores del pueblo para observar la evolución de los acontecimientos en la población. Detenciones masivas de destacados dirigentes locales, y el inicio de una represión implacable aconsejaron a Ramón a huir de Arroyo. Fue la noche del 25 de julio de 1936 el último día que Polonia y Ramón pudieron verse y despedirse definitivamente. La comadrona se acercó a las proximidades del convento donde se encontraba oculto su marido acercándole unas zapatillas, ropa y algo de dinero antes que emprendiera una incierta marcha a Badajoz primero, y luego a Madrid.
Polonia quedó en el pueblo con algunas de sus hijas, entre ellas Rosario que únicamente contaba con 20 años. Su vivienda, como fue habitual en otros ejemplos similares, fue objeto de constantes registros por parte de los falangistas arroyanos que le preguntaban insistentemente por el paradero de Ramón. A pesar de lo pertinaz de la búsqueda nunca pudieron encontrarlo porque, a diferencia de otros que decidieron esconderse en el doblado de su casa, él nunca estuvo en el pueblo.
El problema de Polonia se incrementó una noche de mediados de octubre de 1937 cuando un dirigente comunista, y buscado insistentemente por las autoridades rebeldes, Máximo Calvo Cano, llegó hasta su domicilio en busca de la comadrona supuestamente porque la necesitaba su mujer que estaba de parto en el chozo. Polonia le reconoció y a pesar que Calvo Cano quiso quedarse a dormir aquella noche en la casa, no se lo permitió y lo único que le dio fue de cenar, dos huevos fritos con chorizo, concretamente. Concluida la cena fue invitado a marcharse. Acompañado de Rosario, fue llevado hasta la casa de Máximo Caballero, nombre en clave que escondía el de Máximo Bonilla Jabato.
Las autoridades franquistas conocieron poco después la llegada del dirigente comunista a nuestra población, y unos días más tarde Polonia fue detenida ingresando en la cárcel de Arroyo en compañía de un buen número de paisanos entre los que se hallaba su compañera Lucía Parra que entonces se encontraba embarazada, situación que a la postre le salvó la vida. Polonia, al contrario de otras presas tachadas de rojas y en atención a su profesión, había traído al mundo a muchos de sus carceleros, nunca sufrió vejaciones como cortarle el pelo ni tampoco fue obligada a ingerir aceite de ricino. Como el resto de prisioneros, estuvo en la cárcel de Arroyo hasta el 13 de noviembre en que fue trasladada a la prisión cacereña.
Rosario después del encarcelamiento de su madre fue detenida y llevada hasta el cuartel de la Guardia Civil. Allí fue presionada para que dijera que Polonia había contactado con el dirigente comunista en su casa. Rosario siempre negó esta eventualidad aunque nunca le creyeron. El día 2 de enero y con una fuerte nevada, Rosario se trasladó con su tía hasta Cáceres con la misión de visitar a su madre en la prisión. No pudo hacerlo aunque antes de regresar a Arroyo, depositó en la entrada una cesta con comida que supuestamente los guardianes entregarían a Polonia.
Aquella misma noche del 2 de enero se volvió a complicar todo. Rosario es detenida y trasladada de manera urgente hasta la cárcel cacereña para que, en compañía de su madre, y sin más preámbulos, pasar por un consejo de guerra que se celebraría el día siguiente y cuya sentencia ya estaba dictada de antemano. Fue esa mañana del 3 de enero cuando pudo ver a Polonia a la que abrazó efusivamente. A las seis de la tarde un grupo de 10 personas, 3 de Cáceres, 2 de Navas, 1 de Cabezabellosa, 1 de Brozas y 3 de Arroyo (Polonia, Rosario y Máximo Bonilla), fueron llevados en un camión con dirección a la Diputación Provincial, sede del consejo de guerra, momento que aprovechó Máximo para jurarles a madre e hija que él no les había traicionado.
El juicio, como cualquier consejo de guerra en estos años, duró escasos minutos. Los diez juzgados fueron condenados a pena de muerte. No obstante, cuando llegaron a la cárcel a Rosario la sacan del grupo ante los gritos desgarradores de su madre que no sabía dónde la llevaban y que en ese instante temió lo peor. No fue así, a Rosario le comunicaron personalmente que quedaba en libertad y que, por consiguiente, no estaba condenada a muerte. Un policía había intercedido por ella ya que estaba convencido de la injusticia que se iba a cometer con una niña de sólo 20 años.
Pocas horas más tarde, al alba, Polonia junto a los ocho restantes, fueron trasladados hasta el campo de tiro de pistola del Regimiento Argel para ser fusilados. Fue enterrada en una fosa común del cementerio cacereño y el Registro Civil de esta ciudad señala como causa de la muerte que falleció por causa ignorada.
Con este artículo, que podría ampliarse veintitrés veces más, hago mía la reivindicación de un amplio sector de la ciudadanía arroyana que no está dispuesta a que la memoria de sus familiares asesinados permanezca en el olvido, o lo que es lo mismo, que el silencio no entierre otra vez a los que ya fueron muertos de manera tan injusta.
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